Salida al siluro con Alberto Millán

Mi cuñado Andrés llevaba un tiempo con la ilusión de hacer una salida al siluro, pero mi desconocimiento completo de ese mundo hacía que me costara lanzarme a la aventura. Lo único que sabía del siluro es que era un pez muy malo (si es que se le pudiera atribuir un concepto moral a un ser amoral) que se comía todos los peces que había pescado hasta ese momento. Así que para diversificar este conocimiento a priori, decidí ponerme en contacto con personas que sabían más que yo sobre el siluro.

Uno de los primeros en llamar fue a nuestro socio y patrocinador Darío Castillo (D.Cast), pues me había dicho el KVD de Massamagrell que algo sabía sobre la pesca del siluro. Tras una informativa y agradable conversación con Darío, me quedó claro que había básicamente dos modalidades de pesca del siluro: al lanzado y a pellets. La palabra pellets sólo la recordaba asociada a boiles y de la boca de nuestro socio Jaime Francisco Palomares, pero una imagen vale más que mil palabras.

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Volviendo al tema, la pesca del siluro al lanzado se practica principalmente en los meses de mayo y junio aprovechando la época de freza del siluro cuando las grandes hembras se acercan a las orillas, mientras que durante los meses más cálidos se utiliza la pesca a pellets. En estos meses más cálidos cuando la temperatura del agua es más elevada y el caudal del Ebro está en mínimos, las hembras buscan las zonas más profundas y frías del cauce del río. Más adelante, con la temporada de lluvias en otoño/invierno, las riadas del Ebro empujan al siluro hacia las orillas para evitar el fuerte flujo de la corriente. En este momento, la pesca idónea es al lanzado. Y hasta aquí todo mi escueto conocimiento sobre el siluro.

Darío me recomendó el mes de mayo cuando hace menos calor, ya que en verano los mosquitos a orillas del Ebro se te comen. Nos encontrábamos en el mes de agosto y cuando le dije a Andrés que la decisión óptima era esperar hasta mayo del año siguiente, no le pareció que mi decisión fuera tan óptima. Así que arrastrado por su ansia de sacar un siluro y con la festividad del 9 de octubre a la vista, nos lanzamos a la aventura de buscar un guía para nuestra salida. La idea peregrina de ir a la aventura a pescar siluro no era una opción cuando aprecias tu tiempo y no quieres fracasar estrepitosamente en el intento.

Tomada la decisión de ir en octubre, nos pusimos en contacto con compañeros del club que habían ido a pescar siluros, Enrique Muñoz y Cristian Piqueras, para que nos recomendaran guías de pesca de siluro. Gracias a ambos por vuestras recomendaciones.

Ante la carta de presentación del pequeño Cristian…

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… opté por su guía recomendado, Alberto Millán. Nótese que en aquel entonces Cristian era un efebo imberbe que ya apuntaba excelentes maneras.

Sobre Alberto, os invito a visitar su página web Siluros al Lanzado para conocerlo mejor. Personalmente, pensaba que Alberto era un total desconocido para mi, hasta que a mi vuelta de esta salida de pesca vi una foto en su álbum Nostalgia Esox (Alberto, espero que no te moleste).

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Una bombilla se iluminó dentro de mi cabeza. Este Alberto era el chaval que aparecía con grandes lucios en la sección de «Concurso fotográfico» de la extinta revista «Solo Pesca» allá por los años 90. ¡Qué pequeño es este mundo de la pesca!

Así que tras un intercambio de correos con Alberto y algunas llamadas telefónicas, acordamos ir un par de días de pesca con él. Nuestra idea inicial era hacer un descenso pescando con pato o al lanzado con embarcación, pero Alberto nos convenció para tomar la opción que sería la más productiva dadas las condiciones del agua. Así que pescamos a pellets durante dos días.

Al final los integrantes de esta salida fuimos Andrés, Álex (compañero de trabajo de Andrés) y un servidor que quedamos en la gasolinera de Sástago con Alberto a las 10:00 de la mañana.

Tras conocer a Alberto y enganchar su embarcación cuyo remolque estaba en boxes, salimos hacia el feudo de Carlos. La primera cosa que me llamó la atención es la necesidad de una embarcación cuando se pesca desde orilla, luego lo descubriría.

Cuando llegamos al lugar había dos pescadores que resultaron ser hermanos, y Carlos, el dueño de la finca que daba acceso al río Ebro, que nos guardaba el puestet. Bueno, se lo guardaba a Alberto.

En pocos minutos Alberto botó su embarcación y se dispuso a colocar cañas con la ayuda de Carlos y la nuestra. En este proceso, la embarcación era clave para colocar el cebo cuidadosamente en la poza guiado por una sonda.

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Instantes más tarde, nuestro trozo de orilla del río Ebro tenía el siguiente aspecto.

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Todas las cañas estaban lanzadas y listas para la acción.

Al rato, nuestros vecinos tenían una picada que se convertía en una carpa grande que no hacía feos a los pellets. Algo más tarde, estando aún por allí Carlos, otra picada a nuestro vecinos. En esta ocasión era un siluro. La expectación por ver aquel pez, del que tanto me habían hablado, nos hizo abandonar nuestras cañas para ver que salía.

¡Ah, pues no salía!, y que decía que no salía. En ese momento, es cuando de nuevo entra en acción la embarcación que se tiene preparada para los siluros grandes. Al ver algo dubitativo al vecino que sostenía la caña, Carlos tomó el relevo y de un salto subió a la Zodiac que venía prevista de un motor eléctrico Sigma. La primera imagen que me vino a la cabeza ante aquella escena fue la de un barco ballenero del siglo XIX.

Carlos se dirigió a la vertical donde se hallaba falcado en el lecho y lo levantó para empezar la lucha. Pocos minutos después, teníamos ante nuestros ojos el primer siluro :-O

Después de este captura, tuvieron que pasar varias horas hasta que una de nuestras cañas empezó a dar señales de vida. Alberto clavó el siluro con ganas y me pasó la caña. Empezó la lucha con el primer siluro de mi vida, lo peleaba como si fuera un bass aguantando las embestidas. Alberto, que estaba a mi lado observando la escena, estuvo a punto de darme un par de tortas, pero con una educación exquisita se limitó a decirme que no tuviera miedo a traerlo en recogida continua sin darle tregua, ya que era pequeño. ¿Pequeño? Era el pez más grande que había sacado en mi vida.

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Al final apareció un pequeño siluro de 15 kilos aproximadamente.

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Andrés disfrutaba como un niño posando con el siluro. El siluro parecía que también lo hacía.

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Esa sería la última captura de ese día. Cuando empezaba a anochecer nos retiramos al alojamiento que nos recomendó Alberto.

A la mañana siguiente madrugamos un poco más y a las 9:00 ya estábamos en la gasolinera de Sástago. Volvimos al puesto de Carlos y ese día teníamos el tramo de río para nosotros solos.

Alberto colocó los cebos sobre el lecho del río como había hecho el día anterior y esperamos la primera picada de la mañana. No tardó en llegar y una caña en el puesto ocupado por los hermanos en el día anterior empezó a zarandearse.

Andrés, tras un primer instante de pánico, cogió la caña y clavó lo que había a la otra parte. Lo que había a la otra parte parecía que peleaba, pero no en exceso. Dos o tres minutos más tarde una hermosa carpa aparecía en la orilla.

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Cada hora u hora y media, Alberto con nuestra ayuda cambiaba los cebos y cebaba la zona con un ritual ensayado tantas y tantas veces.

Estábamos de tertulia cuando de nuevo una caña en el mismo puesto que la carpa da señales de vida. Andrés y su compañero Álex debatieron durante unos segundos a quien le tocaba sacar la caña esta vez, mientras Alberto les pedía que uno de los dos la cogiera ya. Finalmente, Álex diciendo que la carpa no contaba cedió a Andrés el placer de sacar esa caña.

Andrés clavó como si le fuera la vida en ello (así se lo había pedido Alberto) y la batalla comenzó. Tras los primeros instantes, estaba claro que aquel siluro era más grande que el mío.

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Al cabo de unos minutos de pelea Andrés conseguía traerlo a la orilla, no sin desfondarse, un siluro que estaría en unos 30 kilos.

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Las babas de ese siluro impregnarían la ropa de Andrés para un tiempo, pero la alegría de estar sosteniendo su primer siluro le hacía olvidar ese detalle.

Yo también me hice la foto, pero sostener ese siluro con un solo brazo fue más un sufrimiento que un placer. Se puede observar por la cara que pongo.

Jorge

Ya sólo quedaba que picara uno más para que Álex sacara su siluro y tuviera la recompensa a esta salida de pesca. Renovamos los cebos una y otra vez hasta que llegó el momento en que Alberto dijo: «Va, un cambio más de cebos y damos por concluida la jornada». Era tarde y teníamos un camino de vuelta de 3 horas a casa.

Estábamos allí sentados contando los minutos para dar por concluida esta nuestra primera salida de pesca al siluro, cuando una de las cañas de la poza comenzó a agitarse. Esa poza que no había dado ni una sola picada durante casi 2 días, había finalmente despertado.

Era el turno de Álex que cogió la caña tras que Alberto clavara el siluro. Álex empezó a recoger, pero no estaba recuperando ni un metro de línea. Aquel siluro campaba a sus anchas. Alberto, ojo avizor experimentado le dijo a Álex: «Al barco«. Álex no oía las palabras de Alberto, estaba ensimismado por aquello que le arrastraba hacia el río. Tuvimos que sacar a Álex de su estado de ensimismamiento para que atendiera a Alberto y subiera al barco.

Al igual que había hecho el día anterior Carlos, Alberto posicionó el barco encima del siluro que se hallaba pegado al fondo en el cauce del río a unos 25 metros de nuestra orilla. En los primeras instantes, Álex sólo podía bombear para despegar el siluro del fondo y que se moviera a lo largo del cauce, pero no era tarea fácil. Este siluro era un 2 metros como ya había adelantado Alberto.

Andrés y yo observábamos en la lejanía la batalla de Álex con el siluro mientras Alberto pilotaba la embarcación. Cuando el siluro tiraba, la punta de la caña tocaba el agua en un ángulo de 90 grados. La fuerza de ese animal era brutal. Álex no podía más que bombear para recuperar línea, mientras el siluro arrastraba y giraba la embarcación.

La batalla estaba siendo épica. Álex llevaba 15 minutos de combate y empezaba a desfondarse. Tras aguantar de pie el combate, no aguantaba más y se postraba sobre el taburete para seguir peleando. Álex estaba sudando a chorros y mostraba una cara desencajada por el esfuerzo. Finalmente, el siluro tras aflorar varias veces, se rindió y Alberto lo sujeto con una cuerda por la mandíbula para remolcarlo hasta la orilla.

En esta ocasión, dejaremos que una imagen refleje lo que es una salida exitosa al siluro.

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Un siluro de 2.10 metros y un peso estimado en 50-60 kilos. A mi me tocó sostener la parte de la barriga y casi me deslomo. Ya no un pez, un animal imponente.

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Sin duda alguna, además de disponer de un excelente guía, la fortuna nos acompañó en esta nuestra primera salida al siluro, que no será la última. Cada uno de los integrantes de esta expedición tuvo la suerte de sacar un siluro y nos llevábamos una foto para el recuerdo con un 2 metros que nunca olvidaremos.

Despedimos esta peculiar crónica de nuestra salida al siluro, agradeciendo a Alberto su entrega para que unos novatos como nosotros hagamos realidad un sueño. Gracias y nos volveremos a ver en un futuro.

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